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Mostrando entradas de junio, 2017

La planta.

Tengo una planta, llegó esa responsabilidad hace unos días, y es curioso lo que estoy aprendiendo de ella. No puedo regarla más de lo que necesita, la tierra siempre húmeda, pero si la echo más agua de la que necesita, la ahogaré. No puede estar en cualquier sitio de la casa, necesita luz, necesita lugares donde la luz le dé de manera indirecta, y que, sin embargo, le dé. No puedo cortarle las hojas amarillas, tengo que esperar, paciente, a que ella misma las seque, vea que no le hacen falta, y luego, yo, las corte con cuidado. No puedo hacer que crezca, por mucho que la mire, por mucho que insista, necesita tiempo, un tiempo que yo estoy dispuesto a darle. No pienso esperar a que crezca ella únicamente, yo también, aunque no sea una planta, necesito crecer. Sé que llegará un momento en el que, ese esqueje que llegó a mí, estará fuerte. Que aguantará el frío y el calor. Que no será tan delicado todo y que, ella, se dé cuenta de que ha crecido. Ella me hace compañía,

La cabeza.

El viento levantaba polvo y el sol acariciaba los tejados negros con un brillo cálido. Un paseo agotador que estaba cerca del fin, por un dolor de espalda repentino que le haría dar la media vuelta en poco tiempo. El pueblo estaba tranquilo; el verano, el sábado y ni una nube, todo intervenía en esa reacción colectiva de soledad. La dureza del sol aminoraba con cada paso que le acercaba al final del pueblo, justo antes de los campos de cosecha, que se asomaban tímidos detrás de las casas. Había visto poca gente a lo largo del trayecto, algún que otro coche atestado pero poco más, por ese mismo motivo el encontrarse con un señor, ataviado con un buen abrigo de lana gris y el pero negro ralo, no pudo sino interesar al joven.    El hombre estaba junto a un BMW blanco y moderno, introduciendo, dentro del mismo, lo que parecían bolsas de basura de los cubos. El transeúnte pasaría un buen rato examinando la basura, luego cogía un trozo, de algo que el protagonista no podía difere

El sótano.

Es difícil concentrarse, tantos días encerrado en aquel cuarto, sin poder salir, ¿le importa que me encienda uno? Lo había dejado ¿sabes? El caso es que nadie podía saber dónde había estado y toda precaución es poca a la hora de infringir la ley. Cuando conseguí entrar con la excusa del electricista sabía que tendría poco tiempo para abrir la ventana del cuarto de invitados, una habitación que daba a la parte de atrás del inmueble, la entrada menos accesible a miradas ajenas y el pilar básico de mi plan. No me imaginaba lo pendiente que iba a estar de mí aquel con el que tuve que contactar, aunque por lo que sé no era su propiedad, no desde hace mucho al menos. Solo la había heredado de una abuela suya, de un sitio muy alejado que tenía algo que ver con su madre, otra que también había fallecido sin previo aviso hace tanto como para olvidársele de que a uno le paren…   Eso me contó, hablaba mucho, me contaba cosas de su vida de manera aleatoria que intercalaba con preguntas af