Tengo una planta, llegó esa responsabilidad hace unos días,
y es curioso lo que estoy aprendiendo de ella.
No puedo regarla más de lo que necesita, la tierra siempre
húmeda, pero si la echo más agua de la que necesita, la ahogaré.
No puede estar en cualquier sitio de la casa, necesita luz, necesita
lugares donde la luz le dé de manera indirecta, y que, sin embargo, le dé.
No puedo cortarle las hojas amarillas, tengo que esperar,
paciente, a que ella misma las seque, vea que no le hacen falta, y luego, yo,
las corte con cuidado.
No puedo hacer que crezca, por mucho que la mire, por mucho
que insista, necesita tiempo, un tiempo que yo estoy dispuesto a darle.
No pienso esperar a que crezca ella únicamente, yo también, aunque
no sea una planta, necesito crecer.
Sé que llegará un momento en el que, ese esqueje que llegó a
mí, estará fuerte. Que aguantará el frío y el calor. Que no será tan delicado
todo y que, ella, se dé cuenta de que ha crecido.
Ella me hace compañía, no habla, solo susurra. Marca un
ritmo y me demuestra, que la vida, solo es para arriba.
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