Dentro de un rato Juan decidirá si salir de la habitación
con la pistola o pegarse un tiro. La idea de acabar con todo esto era
incipiente, cualesquiera de las dos decisiones era decisiva. Le habían puesto
en esa tesitura, el hombre que le había traído aquel lugar tenía un poder sobre
humano. Le había robado la voluntad, le había traído a aquella habitación y le
había indicado, señalando hacia la única salida, que solo había dos maneras de
salir de allí. “Yo te doy miedo, pero te aseguro que lo que hay detrás de esa
puerta recoge las aberraciones más monstruosas jamás descritas por ningún
libro. Aberraciones cósmicas que harían despellejarse la cara a cualquier
hombre, o mujer, que se enfrentase a ellas. Aunque también puedes acabar con tu
vida (aquí dejó la pistola sobre la mesa) tú decides.”
Juan estaba
aterrorizado. Primero pensó que
todo era un sueño, que la imposibilidad física de encontrarse en esa situación
y en la tesitura de, sin tomar ningún tipo de sustancia, acabar como ido en esa
habitación sin recordar, del todo, cómo ha llegado allí, gozaba de inverosimilitud. Todo aquello estaba, o
tenía que estar, relacionado con lo onírico, sin ninguna duda.Ni siquiera había tocado la pistola cuando fue a la pared, una pared lisa y blanca, que golpeó;
con los puños, con la cabeza, con las rodillas y con la espalda. Luego grito y
se arañó la cara. Creía que el dolor le haría despertar, error. Después solo
era un amasijo de lágrima y de dudas, más aún. La puerta era de una
madera oscura, casi negra. El cuarto estaba iluminado por dos tragaluces muy
pequeños con un cristal casi opaco, la idea se le pasó rápidamente de la cabeza.
El miedo es el temor al sufrimiento y, ante todo, al
desconocimiento. La pistola le daba pavor y la puerta también.
Fue a la salida, y mientras, el valor que había recogido desaparecía por momentos. La abrió y allí, por ahora, no había nada. El silencio reinó
durante un buen rato. Luego se oyeron ruidos que harían temblar a un tempano de
hielo. La pistola aún seguía en la mesa.
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